Producciones de 3º 5º
Era una mañana de invierno, en la pequeña casa de la calle Florida 1304.
Una nena de aproximadamente diez años, con un vestido a cuadros, llega a la casa de su abuela. Entra sin avisar. Camina sigilosamente hasta la cocina. Allí, la abuela, estaba con las manos apoyadas en la mesada, mirando un frasco de contenido dudoso. Esta se dio cuenta de la presencia de su nieta y rápidamente se dispuso a preparar el almuerzo mientras que la nena salía a jugar al patio.
La anciana había empezado a mezclar los ingredientes cuando un leve dolor empezó a surgir. A ésta le pareció extraño ya que casi nunca sentía malestares. Siguió con su tarea.
A la media hora se sentaron juntas a almorzar. La anciana miró su plato, que era muy apetitoso. Se llevó el primer bocado hacia la boca, e inmediatamente se le revolvió el estómago. Miró con extrañeza a su nieta que devoraba su comida sin problema alguno. Al terminar de comer la niña, su abuela retiró los platos y fue hacia la cocina. Enseguida se dispuso a lavar los platos, pero su mano derecha comenzó a sentir un cosquilleo que nunca antes había experimentado. Al minuto ese cosquilleo pasó a ser un ligero temblor.
Inmediatamente llevó su mano izquierda hacia su muñeca derecha aparentemente para frenar el temblor. Al ver que no se detenía se le aceleró el corazón y su mirada expresaba terror.
Ya era el atardecer, la niña ya aburrida de estar sola, fue en busca de su abuela. La encontró en su mecedora sumida en sus pensamientos. La nena veía una actitud muy extraña por parte de su abuela. Decidió, al fin, colocarse delante de ella. Se movía inquieta y torpemente porque su abuela no le dirigía la palabra. Se sentó en el suelo todavía en frente de ella. Estuvo pensando unos minutos. ¿Qué era lo que había cambiado? ¿Qué tenía de malo? Y ¿Por qué su abuela ya no le hablaba? Al inquietarse más por aquel silencio insoportable, ya que como bien se sabe, los niños no aguantan mucho tiempo callados y serios. Levantó la cabeza y miró a los ojos a su abuela. Al fin se animó y le preguntó:
- Qué te pasa? Por qué no me hablás?
- Es que veo muy cerca la muerte, m´hija. Me está esperando ansiosa y sonriente.
La pequeña se quedó estupefacta por tal respuesta. Todavía no tenía conciencia del significado de la muerte. Así que este concepto tan abstracto la dejó totalmente sin palabras.
Al final la nena se fue a su cuarto ya muy confundida.
Se acostó en su cama y se preguntó por qué la muerte ansiaba a su abuela. Por qué su abuela se comportaba de esa manera al mencionarla. ¿Era algo tan terrible? No entendía nada.
Luego de un rato de estar pensando decidió ir a ver a su abuela. Ella seguía en el mismo lugar, sentada en su mecedora, con la mirada perdida. Pero ella veía algo diferente esta vez, algo que no encajaba. Y es que repentinamente empezó a hacer frío. ¿O era su imaginación? La niña estaba de espaldas a la anciana. Vio algo raro. Una sombra extraña se colocaba al costado izquierdo de su abuela. Esta era más delgada que una sombra normal. Se quedó un minuto tratando de ver qué era. Hasta entrecerró los ojos para observarla mejor. Distinguió que a veces, cada tanto, esa sombra se movía aunque su abuela estaba quieta. Al entender que eso pasaba a ser totalmente fuera de lo común, intentó acercarse adonde estaba su abuela. Quiso mover las piernas hacia delante; pero no podía, algo se lo impedía. Era como si existiera una barrera que no le permitía acercarse. En un momento entró en la desesperación. Todo intento por ir hacia su abuela era inútil. Ya entre lágrimas, se abrazó a sí misma. Necesitaba el contacto de un ser querido, pero le era imposible conseguirlo. Entonces, al instante, le surgió otro sentimiento. Sentía terror. Terror de aquella casa, terror de la sombra, de cada objeto y de su abuela. Es que ya no sentía que fuera su abuela, si no otra persona. La sentía distante. Tanto era el miedo que sentía que dio media vuelta y volvió a su habitación. Se acurrucó entre las sábanas de su cama cerrando los ojos con fuerza y esperando que todo pasara. Que su abuela volviera a hablarle. Que esa presencia indescriptible desapareciera. Es que, ¿eso era la muerte? ¿Una presencia indescriptible? Ella no lo sabía. No lo entendía. Y no quería entenderlo.
Después de tanto tiempo sentada en la mecedora, se levanto estrepitosamente y corrió al baño a vomitar. Cada vez se sentía peor. Volvió a la mecedora y se quedó un rato mirando hacia la ventana. Aunque no tenía sentido, porque el exterior se veía todo negro al no haber luces que alumbraran.
El temblor de su mano nunca había parado, pero con el correr de las horas se acostumbró. Ella sabía que esa noche llegaría. Estaba segura. No sentía temor sino curiosidad. Curiosidad de qué le deparará lo desconocido y el tabú que eso implicaba. Súbitamente una mueca de dolor invadió toda su cara. Le costaba respirar y sentía que le faltaba el aire. Un dolor en el pecho la envolvió totalmente. Es que esa espera le resultaría muy dolorosa y larga. Tal vez fuera la noche más larga de su vida, en que los segundos se le hacían minutos y los minutos horas.
Al pasar una hora aproximadamente el dolor en el pecho cesó pero una fuerte fiebre quemaba cada rincón de su cuerpo. Sentía mucho frío y sus dientes rechinaban dolorosamente.
Pasaron dos horas, y luego tres. La fiebre no bajaba. Un sudor frío corrió por su cara y sus manos. Veía la hora tan cerca. Decidió cerrar los ojos y tratar de dormir. Tal vez así no tendría que esperar tanto.
Caminaba por el campo. El día era soleado y caluroso. La anciana se miró las manos y éstas ya no mostraban arrugas sino que eran totalmente lisas y suaves. Llevaba puesto un vestido rojo que reconoció perfectamente. Se lo había regalado su marido para su primer aniversario. De repente recordó que estaba en su casa, recordó el frasco, el dolor, recordó a su nieta. Pero la mujer no sabía donde estaba.
Una figura se acercó a ella con paso ágil. Era un hombre apuesto y joven, que la miraba sonriente.
- Te esperábamos. – dijo el hombre.
- Yo también te extrañé. – contestó la mujer. - ¿Esto es?
- ¿Es qué? – el hombre no entendía.
- Lo que esperaba, ¿esto es? ¿Este lugar hermoso…?
- Sí, esto es. – contestó.
La niña abrió los ojos. Se encontraba en su cama y una débil luz traspasaba las sábanas.
Se desperezó y se levantó. Recordó todo lo vivido aquella noche. Decidió olvidar y ser feliz. Caminó sonriente por el pasillo y se puso por delante de su abuela. Esta estaba quieta y tenía la mirada tranquila.
La nieta rápidamente sacudió a su abuela para despertara. Al ver que no reaccionaba la sacudió aún más fuerte. La abuela al fin despertó. Miró a su nieta con cara incrédula, como tratando de entender lo que pasó.
La nena al ver a su abuela ya despierta corrió hacia la cocina. A los cinco minutos volvió con un frasco lleno de líquido.
- Abuela, qué asco, en vez de azúcar le pusiste sal.
La anciana se tiró en la mecedora y comenzó a reír a carcajadas.
- Abuela, ¿de qué te reís?
- De nada. Vamos a preparar el desayuno.
Diantonio, Carla
Delgado, Lisette
3º 5ª
Sabor amargo
Era una mañana de invierno, en la pequeña casa de la calle Florida 1304.
Una nena de aproximadamente diez años, con un vestido a cuadros, llega a la casa de su abuela. Entra sin avisar. Camina sigilosamente hasta la cocina. Allí, la abuela, estaba con las manos apoyadas en la mesada, mirando un frasco de contenido dudoso. Esta se dio cuenta de la presencia de su nieta y rápidamente se dispuso a preparar el almuerzo mientras que la nena salía a jugar al patio.
La anciana había empezado a mezclar los ingredientes cuando un leve dolor empezó a surgir. A ésta le pareció extraño ya que casi nunca sentía malestares. Siguió con su tarea.
A la media hora se sentaron juntas a almorzar. La anciana miró su plato, que era muy apetitoso. Se llevó el primer bocado hacia la boca, e inmediatamente se le revolvió el estómago. Miró con extrañeza a su nieta que devoraba su comida sin problema alguno. Al terminar de comer la niña, su abuela retiró los platos y fue hacia la cocina. Enseguida se dispuso a lavar los platos, pero su mano derecha comenzó a sentir un cosquilleo que nunca antes había experimentado. Al minuto ese cosquilleo pasó a ser un ligero temblor.
Inmediatamente llevó su mano izquierda hacia su muñeca derecha aparentemente para frenar el temblor. Al ver que no se detenía se le aceleró el corazón y su mirada expresaba terror.
Ya era el atardecer, la niña ya aburrida de estar sola, fue en busca de su abuela. La encontró en su mecedora sumida en sus pensamientos. La nena veía una actitud muy extraña por parte de su abuela. Decidió, al fin, colocarse delante de ella. Se movía inquieta y torpemente porque su abuela no le dirigía la palabra. Se sentó en el suelo todavía en frente de ella. Estuvo pensando unos minutos. ¿Qué era lo que había cambiado? ¿Qué tenía de malo? Y ¿Por qué su abuela ya no le hablaba? Al inquietarse más por aquel silencio insoportable, ya que como bien se sabe, los niños no aguantan mucho tiempo callados y serios. Levantó la cabeza y miró a los ojos a su abuela. Al fin se animó y le preguntó:
- Qué te pasa? Por qué no me hablás?
- Es que veo muy cerca la muerte, m´hija. Me está esperando ansiosa y sonriente.
La pequeña se quedó estupefacta por tal respuesta. Todavía no tenía conciencia del significado de la muerte. Así que este concepto tan abstracto la dejó totalmente sin palabras.
Al final la nena se fue a su cuarto ya muy confundida.
Se acostó en su cama y se preguntó por qué la muerte ansiaba a su abuela. Por qué su abuela se comportaba de esa manera al mencionarla. ¿Era algo tan terrible? No entendía nada.
Luego de un rato de estar pensando decidió ir a ver a su abuela. Ella seguía en el mismo lugar, sentada en su mecedora, con la mirada perdida. Pero ella veía algo diferente esta vez, algo que no encajaba. Y es que repentinamente empezó a hacer frío. ¿O era su imaginación? La niña estaba de espaldas a la anciana. Vio algo raro. Una sombra extraña se colocaba al costado izquierdo de su abuela. Esta era más delgada que una sombra normal. Se quedó un minuto tratando de ver qué era. Hasta entrecerró los ojos para observarla mejor. Distinguió que a veces, cada tanto, esa sombra se movía aunque su abuela estaba quieta. Al entender que eso pasaba a ser totalmente fuera de lo común, intentó acercarse adonde estaba su abuela. Quiso mover las piernas hacia delante; pero no podía, algo se lo impedía. Era como si existiera una barrera que no le permitía acercarse. En un momento entró en la desesperación. Todo intento por ir hacia su abuela era inútil. Ya entre lágrimas, se abrazó a sí misma. Necesitaba el contacto de un ser querido, pero le era imposible conseguirlo. Entonces, al instante, le surgió otro sentimiento. Sentía terror. Terror de aquella casa, terror de la sombra, de cada objeto y de su abuela. Es que ya no sentía que fuera su abuela, si no otra persona. La sentía distante. Tanto era el miedo que sentía que dio media vuelta y volvió a su habitación. Se acurrucó entre las sábanas de su cama cerrando los ojos con fuerza y esperando que todo pasara. Que su abuela volviera a hablarle. Que esa presencia indescriptible desapareciera. Es que, ¿eso era la muerte? ¿Una presencia indescriptible? Ella no lo sabía. No lo entendía. Y no quería entenderlo.
Después de tanto tiempo sentada en la mecedora, se levanto estrepitosamente y corrió al baño a vomitar. Cada vez se sentía peor. Volvió a la mecedora y se quedó un rato mirando hacia la ventana. Aunque no tenía sentido, porque el exterior se veía todo negro al no haber luces que alumbraran.
El temblor de su mano nunca había parado, pero con el correr de las horas se acostumbró. Ella sabía que esa noche llegaría. Estaba segura. No sentía temor sino curiosidad. Curiosidad de qué le deparará lo desconocido y el tabú que eso implicaba. Súbitamente una mueca de dolor invadió toda su cara. Le costaba respirar y sentía que le faltaba el aire. Un dolor en el pecho la envolvió totalmente. Es que esa espera le resultaría muy dolorosa y larga. Tal vez fuera la noche más larga de su vida, en que los segundos se le hacían minutos y los minutos horas.
Al pasar una hora aproximadamente el dolor en el pecho cesó pero una fuerte fiebre quemaba cada rincón de su cuerpo. Sentía mucho frío y sus dientes rechinaban dolorosamente.
Pasaron dos horas, y luego tres. La fiebre no bajaba. Un sudor frío corrió por su cara y sus manos. Veía la hora tan cerca. Decidió cerrar los ojos y tratar de dormir. Tal vez así no tendría que esperar tanto.
Caminaba por el campo. El día era soleado y caluroso. La anciana se miró las manos y éstas ya no mostraban arrugas sino que eran totalmente lisas y suaves. Llevaba puesto un vestido rojo que reconoció perfectamente. Se lo había regalado su marido para su primer aniversario. De repente recordó que estaba en su casa, recordó el frasco, el dolor, recordó a su nieta. Pero la mujer no sabía donde estaba.
Una figura se acercó a ella con paso ágil. Era un hombre apuesto y joven, que la miraba sonriente.
- Te esperábamos. – dijo el hombre.
- Yo también te extrañé. – contestó la mujer. - ¿Esto es?
- ¿Es qué? – el hombre no entendía.
- Lo que esperaba, ¿esto es? ¿Este lugar hermoso…?
- Sí, esto es. – contestó.
La niña abrió los ojos. Se encontraba en su cama y una débil luz traspasaba las sábanas.
Se desperezó y se levantó. Recordó todo lo vivido aquella noche. Decidió olvidar y ser feliz. Caminó sonriente por el pasillo y se puso por delante de su abuela. Esta estaba quieta y tenía la mirada tranquila.
La nieta rápidamente sacudió a su abuela para despertara. Al ver que no reaccionaba la sacudió aún más fuerte. La abuela al fin despertó. Miró a su nieta con cara incrédula, como tratando de entender lo que pasó.
La nena al ver a su abuela ya despierta corrió hacia la cocina. A los cinco minutos volvió con un frasco lleno de líquido.
- Abuela, qué asco, en vez de azúcar le pusiste sal.
La anciana se tiró en la mecedora y comenzó a reír a carcajadas.
- Abuela, ¿de qué te reís?
- De nada. Vamos a preparar el desayuno.
Diantonio, Carla
Delgado, Lisette
3º 5ª
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