Asesinato en el aeropuerto
- Lamentable, verdaderamente lamentable. Y pensar que su hija lo presenció todo, sólo tenía cuatro años.
- Sí, la vi.
- Pobrecita, esta desconsolada. Pero dígame Barrasco, ¿usted no debería haberse ido ya?
- Sí, hace cuatro horas. El paro de personal me lo impidió, pero pude estar cerca cuando sucedió el incidente. Y como usted me conoce, bien sabe que no me voy a ir de vacaciones tan fácilmente.
- Si, lo sé. Aunque está difícil. Ya lo examinamos y no hay causa aparente del deceso. Pereciera muerte súbita.
- Pareciera…
- Si, por eso ahora viene el forense.
- Muy bien, entonces ¿querría ir a tomar un café allí (señalando la confitería) mientras esperamos, Pereyra?
- Me parece perfecto.
Así comenzó el día domingo 17 de febrero. Un inspector en servicio y otro no, toman un café en el enorme edificio de Aeroparque en Buenos Aires.
El día era sofocante, como la mayoría de los días de verano en la capital porteña. Aunque el aire acondicionado del lugar obligaba a turistas y empleados a ponerse un abrigo.
Un Boeing 737 aparece por las enormes ventanas y aterriza en la pista con gran agilidad.
- Uno de esos me iba a tomar.
- Y sí, es el más común. No se va a tomar un Jumbo para ir a Bariloche.
- La verdad que no.
Pereyra es un hombre morocho, muy alto y tiene un bigote que llama la atención de cualquier despistado. En ese momento llevaba puesto un traje azul, un poco caluroso para esa época del año. Barrasco es el típico apasionado por su trabajo. Por eso es imposible que se vaya más de una semana de descanso si no encuentra una excusa para quedarse. Es un hombre un poco excéntrico. Lo demuestra la vestimenta que llevaba ese día. Bermudas azules, una camisa naranja con estampado hawaiano y un sombrero de pescador contrastaban con la elegancia de su compañero. Tenía un aspecto canoso y desarreglado aunque con sólo mirarlo se podía advertir que era un hombre brillante.
Una camioneta azul con la inscripción “policía científica” en blanco aparcó en la entrada del aeropuerto. Las puertas corredizas se abrieron para dejar entrar a los que se encontraban dentro del vehículo y dejar salir a los turistas curiosos.
Pereyra y Barrasco al verlos dejaron propina en la mesa y se dirigieron tranquilamente hacia donde se encontraba el cuerpo; que aunque parezca insólito y grotesco aún seguía en el mismo sitio con una sábana blanca sobre él.
- Lamentamos no haber podido llegar antes – dijo el forense – había mucho tráfico y nos encontrábamos muy lejos.
- No se disculpe, ya está. – contestó Pereyra impaciente.
- Muy bien. ¿Comenzamos a trabajar? – Era una afirmación más que una pregunta por parte del profesional a su equipo.
La zona estaba perimetrada desde el principio como era de esperar. Todos comenzaron a trabajar en conjunto bajo las miradas expectantes de los viajantes que por allí pasaban. Primero tomaron fotos y muestras de todo, hasta de lo que no parecía una evidencia. Siempre había alguien anotando todos los procedimientos realizados. Una vez terminadas las pericias se llevaron el cuerpo a la morgue para continuar la investigación. Pereyra y Barrasco se encontrarían con ellos a la tarde, ya que primero realizarían unas entrevistas a los testigos.
Primer testigo: la esposa
- ¿Podría relatar todo lo que recuerda?
- Si claro, oficial, pero no es mucho. Mi marido venía de un viaje de negocios, se suponía que el avión llegaría a las 6am por eso a las 6:20hs más o menos bajaba del auto con mi nena, Sofía. Estaba muy nerviosa así que me apuré… - hizo una pausa y continuó- caminamos por el pasillo central en dirección a la puerta de arribos. Nos quedamos esperando hasta que apareció. No sonrió al vernos, eso me pareció extraño, pero no me preocupé porque supuse que estaría cansado por el viaje. Caminó unos pasos más hacia nosotras cuando de repente se desmayó. Corrimos hasta donde estaba, le tomé el pulso y estaba muerto.
- Ni siquiera lloró- dijo Pereyra una vez que se hubo ido la mujer.
- Si dudoso, pero no.
Segundo testigo: la azafata
- ¿Podría relatar todo lo que recuerda?
- Cómo no, oficiales. Creo que podría ayudarles porque hoy estuve muy alerta ya que atendí a mucha gente. Una situación en particular me llamó la atención. Este señor, no me acuerdo el nombre, estuvo todo el viaje muy nervioso, me atrevo a decir que aparentaba tener miedo a volar; raro, porque parecía un hombre de negocios pero nunca antes lo había visto. Traspiraba mucho y solía tener la cara de color rojizo. Varias veces le pregunté si se encontraba bien y me dijo que sí. Lo que mas raro me pareció fue que un hombre de color, aparentemente brasileño se le acerco y se le quedó hablando unos 5 minutos. Una vez que se hubo ido, temblaba, así que me llamó y me pidió que le sirviera reiteradas veces vasos de whisky. Luego no paso nada más de lo que ya deben saber. Salió por la puerta de arribos, y se desmayó. Logré ver a su mujer, estaba muy tranquila, eso me extrañó.
- Me cayó bien- dijo Pereyra.
- Si, pero por su figura me parece Pereyra, ¿no? No le quitaba el ojo de encima.
Tercer testigo: pasajero del avión
- Si, yo me sentaba al lado de él.
- ¿En algún momento se le acercó alguien?
- Si, de bastante feo aspecto desde mi punto de vista. Parecía que no se hubiera bañado por una semana, y era… negro, creo que brasileño. Se le acercó y le mostró un papel. Empezaron a hablar en portugués un rato así que no entendí la conversación. Pero cuando se fue, estaba un poco agitado. Me miró y sonrió. Luego llamó a la azafata y le pidió varias veces vasos whisky. Después no lo vi más. Al rato me enteré lo que paso. Pobre hombre…
Eran las 8 de la noche y los hombres estaban agotados. Todavía debían ir a la morgue.
- ¿Descubrió algo doctor? – preguntó barrasco.
- Si, algo muy interesante.
- ¿Y qué es? – se impaciento Pereyra.
- Resultó un poco difícil detectar de qué murió. Por extraño que parezca, la sangre del sujeto poseía solo dos componentes extraños al organismo. El primero, varios vasos de whisky, el segundo, un extraño tipo de neurotoxinas. Las toxinas son producto de algún animal o vegetal que la ser introducidos o al actuar sobre otro individuo tiene efectos nocivos. En este caso como eran neurotoxinas afectaron al sistema nervioso y produjo una reacción en la que todos los músculos del cuerpo se paralizaron casi simultáneamente. – Al ver que no entendían explicó – Le inyectaron veneno.
- ¡Aaaah! – contestaron los dos.
- También averiguamos que por la cantidad de veneno encontrado habrá tardado aproximadamente unos cinco minutos en actuar.
- ¿Y cómo es que llegó hasta su cuerpo?
- Eso es lo interesante. No lo encontrábamos hasta que por fin vimos en el cuello de la víctima una marca sospechosa. Después de examinarla concluimos que se trataba de la marca de un dardo. Y – continuó antes de que le pudieran interrumpir- lo encontramos entre la evidencia. Se ve que algún idiota lo mezclo con “objetos personales”. Después de examinarlo bien y someterlo a pruebas, llegamos a la conclusión de que ese dardo esta hecho de un raro material proveniente del amazonas, y que el veneno es de una serpiente.
- Que interesante, ¿no Barrasco?
- Si, nunca había oído de algo así.
Conclusiones
Al otro día al mediodía se juntaron Pereyra y Barrasco para ver que opiniones tenía cada uno del caso.
- Bueno mi amigo, seguramente habrá llegado a la misma conclusión que yo. – Dijo Pereyra.
- Posiblemente.
- Mi hipótesis es: el hombre no se encontraba mucho tiempo en su casa. Su mujer estaba resentida, por eso lo mandó matar. Después de pensarlo bien, sospecho del sujeto de procedencia brasileña. Todas las pruebas llevan a él. Y eso explicaría también la frialdad y la exactitud de las palabras de la esposa. ¿No opina lo mismo Barrasco? Era muy evidente. Y yo que pensé que este caso se iba a complicar algo más.
- La verdad mi opinión es un poco distinta. Estuve toda la noche meditando y esta mañana me encargué de hacer algunas visitas. He hecho arreglos para que todos los sospechosos se reúnan en la comisaría en una hora. Me gustaría que me acompañe.
Una hora después se encontraban en el establecimiento la esposa del asesinado, la azafata, el pasajero del avión, el presunto brasileño, el jefe del departamento forense, Pereyra y Barrasco.
- Me parece que se olvido del ADN, mi querido Watson – dijo Barrasco a su compañero en voz baja antes de comenzar.- Me imagino que todos ya saben porque están aquí. Alguien en esta habitación conspiró para que un hombre perdiera la vida y en un momento voy a decir quien. Señora se encuentra un poco agitada, ¿quiere un vaso de agua? – preguntó a la viuda.
- No gracias estoy bien. ¿Podría continuar?
- Si claro. El asesino no está entre nosotros pero si el autor intelectual del crimen. Y no es ni el señor brasileño…
- Angoleño. – Corrigió éste molesto.
- Ni la señora, ni su acompañante de asiento…
- ¡Ni yo! – se apuró a decir la azafata.
- ¿Y por que usted no? – Pregunto Barrasco con curiosidad y picardía en los ojos.
- Porque se nota a la legua que fue “esa mujer” (la viuda) la responsable de todo.
- ¿Yo? ¡Si no hice nada! – gritó la mujer escandalizada.
- ¡Basta señores! – Interrumpió Pereyra – Esto es algo serio, dejen hablar a mi compañero.
- Gracias. Y creo que ya debo dejar de dar rodeos. Voy a explicar lo que sucedió:
Hace mas o menos unos 8 meses el fallecido comenzó un romance con la señorita aquí presente, la azafata. El hombre viajaba mucho y varias veces al mismo lugar, los mismos días, y con el mismo personal, naturalmente. Así que tuvo más de una oportunidad para conocerla. Hace 2 semanas recapacitó y concluyó que el romance no daba para más. Decidió dejarla. Cosa que molestó mucho a la señorita y tuvieron varias discusiones por celular. Ayer se volvieron a encontrar en el vuelo a Buenos Aires. Ya estaba todo planeado. Usted mandó matar a su amante con un veneno casi instantáneo. Bastante astuto, pero no demasiado.
- Pero si no hay pruebas de eso… ni siquiera del romance. Nada. Yo nunca vi a ese hombre en mi vida. – Intentó defenderse la azafata.
- No señorita. ¿A usted no se le ocurrió que tenemos los medios necesarios para averiguarlo todo? Hoy a la madrugada me dirigí a la empresa de aviación donde trabaja. ¿Sabía que tenían todos los registros de vuelos, pasajeros y personal? Aunque todavía cabe la posibilidad de que nunca antes lo haya visto. Existen las casualidades. Una cosa me llamó la atención. En los objetos personales, nunca encontramos un celular, a pesar de que un hombre de negocios tiene por lo menos dos. Quería revisar el registro de llamadas. Pero conseguí algo mejor. – Salió de la habitación y volvió a entrar con la niña de 4 años- ¿Sofía, podes señalar a la persona que el otro día viste discutiendo con tu papá? – La niña señalo a la azafata.- No más excusas. Mañana consigo el registro de llamadas de su celular y el de su amante. Usted tuvo un romance con él.
- Bueno, está bien. Lo confieso. Pero yo no lo maté.
- Eso esta por verse. Usted señor (refiriéndose a el pasajero del avión) y usted señorita (ahora a la azafata) me dijeron que no les gustaba el hombre angoleño y que había tenido actitudes sospechosas. El no lo puede explicar porque no habla español pero yo si. El señor habla portugués. Ayer, cuando iba en el avión, intentó leer la carta que le había mandado una amiga. Le dijeron que el hombre ahora asesinado hablaba portugués, y fue a consultarle. Resulta que la carta tenía un contenido inapropiado y eso lo puso nervioso. Bueno… el hecho de que creyéramos que era brasileño nos hizo sospechar de él. Y tras un examen de ADN, en el que este señor se ofreció amablemente, se comprobó que el dardo que contenía la sustancia nociva no fue disparado por el señor angoleño sino por… - se dirigió a la puerta y volvió con un hombre de unos 55 años aproximadamente.- este hombre. El es un boticario. ¿Podría señalar a la persona que le dio el trabajo?
- Si, ella. – señalando a la azafata.
- ¿Podría explicarnos como mato a un hombre en un aeropuerto lleno de cámaras? – dijo Barrasco al boticario.
- Si claro. Fui hasta Aeroparque con todo preparado. Y un cartel que dijera el nombre de alguien para que pensaran que estaba esperando a un pasajero que nunca llegó. Esperé hasta que lo vi en “migraciones” y ahí le disparé el dardo con cuidado de que nadie me viera, simulando que tosía.
- Increíble y totalmente ingenioso. – concluyó Pereyra.
Eran las 10 de la noche del 18 de febrero. Pereyra y Barrasco se encontraban nuevamente en el aeropuerto. Las luces iluminaban la pista pero el horizonte no se divisaba.
- Por fin se puede ir a Bariloche.- dijo Pereyra - Que ganas tengo yo de poder irme de…- se escucha un tiro, luego dos, y por último tres.
- ¡Vamos! – dijo tirando la valija al piso – mejor me voy en unos días.
Carla Diantonio, 3º 5ª